miércoles, 7 de agosto de 2013

Maracanazo

Maracanazo es el nombre con el que se conoce a la victoria de la selección de fútbol de Uruguay en la final de la Copa Mundial de Fútbol de 1950 frente a la selección de fútbol de Brasil. Contra todo pronóstico, Uruguay ganó 2:1 a Brasil en el Estadio Maracaná de Río de Janeiro. Por extensión, el término se ha generalizado para definir a aquella victoria de un equipo o deportista, preferentemente una final, en campo ajeno y teniendo todos los factores en contra.
Para los aficionados brasileños la victoria uruguaya fue casi una tragedia, comentada como la peor derrota deportiva del país. Se cancelaron los preparativos de una celebración que era obvia para muchos. Se reportaron numerosos suicidios de aficionados. Desde entonces la palabra Maracanazo ha quedado como expresión de derrota o desastre imprevisto, para los brasileños.
En cambio, para los uruguayos la fiesta fue total. La inesperada victoria llegaba a oídos en territorio uruguayo, gracias al inolvidable relato de Carlos Solé. La gente se volcó a las calles a festejar, lo que en un principio parecía un sueño inalcanzable. El desconcierto era tal tras la victoria uruguaya, que las 173.850 personas en el estadio quedaron enmudecidas apenas terminó el partido, donde la concurrencia de uruguayos era de apenas un centenar de personas, a tal punto de que los únicos sonidos que se escuchaban eran los del plantel celeste.
También se dio una anécdota que involucraba al entonces presidente de la FIFA, Jules Rimet. Cuando el encuentro estaba empatado 1 a 1, Rimet se dirigió a los vestuarios para preparar su discurso de felicitaciones para Brasil, pero cuando volvió al terreno de juego (ya terminado el encuentro) se llevó la sorpresa de no ver ningún festejo, ya que Uruguay había logrado la hazaña. Tan desconcertado quedó Rimet, que incluso la ceremonia oficial de entrega de la copa a Uruguay no se ejecutó: Rimet apenas pudo acercarse al capitán uruguayo Obdulio Varela en el borde del terreno de juego, darle un breve apretón de manos y entregarle casi a escondidas, el trofeo